Entrevista Jesús Arbués
El Teatro Olimpia cuelga este viernes el cartel de «no hay entradas» con motivo del estreno mundial de La Lluvia Amarilla, adaptación y dirección de Jesús Arbués de la novela publicada por Julio Llamazares en 1988, que sube a escena El Corral de García en el marco del XIII Festival Olimpia Classic, a las 18:00 horas. Pedro Rebollo interpreta un texto convertido en un clásico moderno, en el que rescata la memoria de esos pueblos que están a punto de desaparecer. Se trata de un monólogo del último habitante de Ainielle durante su última noche. Ese agreste paisaje de montaña provoca que haga balance de su soledad y desamparo en los umbrales de la muerte. «Para una persona como yo, que ha vivido sus 14 primeros años en un pueblo que se vaciaba, con diez generaciones de agricultores, hay conceptos que le son muy próximos», asegura el dramaturgo Jesús Arbués.
Usted ha vivido el Festival Olimpia Classic desde el otro lado, como su director y su asesor artístico. ¿Qué supone vivirlo como director de una obra cuyo estreno mundial es este marco?
–Actuar en el Olimpia es siempre una responsabilidad. Es un poco «mi casa». La idea de Olimpia Classic fue mía y estuve muy ligado en las primeras ediciones. Ahora el festival camina solo y Rubén Moreno hace un trabajo magnífico. Yo he presentado prácticamente todas mis obras en el festival (Quijote, Amor oscuro, La campana de Aragón), y la respuesta ha sido siempre magnífica. ¿Qué más puedo pedir?
¿Cómo y por qué surgió La Lluvia Amarilla?
-No sé… Llevaba varios montajes haciendo textos míos, y de golpe pensamos en uno para Corral de García, un centro de producción en un pueblo que no llega a los 100 habitantes, un pueblo en riesgo de despoblación. ¿Qué mejor texto?
¿Tiene para usted algún significado especial el libro de Julio Llamazares?
-Sí. Es un texto que habla del amor por la tierra y de la soledad. Del valor de una «casa» y de lo que eso significa. Para una persona como yo, que ha vivido sus 14 primeros años en un pueblo que se vaciaba, con diez generaciones de agricultores, hay conceptos que le son muy próximos. He conocido gente con ese espíritu, nunca abandonar la casa de tu familia. Un día mis padres me dijeron: «Aunque nos quedemos solos, nunca nos iremos del pueblo».
Lo cierto es, que en este momento la despoblación es una palabra que se escucha mucho. Esa circunstancia ¿hace este texto más importante que nunca?
-Sí, pero hay mucho modo y «postureo» sobre el tema. Escucho a gente hablar de «nuevas rural Ida des» y términos semejantes, y me da que muchos planteamientos se hacen desde Madrid o Zaragoza sin entender demasiado cómo funciona el mundo rural. Se mira al pueblo o bien con una cierta conmiseración, «pobrecitos», como si los pueblos fueran una reserva, o con una cierta idealización igual de absurda. Como si aquí no se trabajará. Hay mucha gente trabajando en sitios pequeños haciendo cosas interesantes. Se lo curran. Tienen problemas. Y buscan soluciones.
Pedro Rebollo da vida a ese habitante de Ainielle que compartirá con el público su última noche en ese pueblo del Pirineo. ¿Cómo ha sido el trabajo director-actor?
-Pedro es un actor excelente. De los mejores que conozco, de los pocos que pueden hacer este montaje y tiene la edad justa. Es más joven que el personaje, pero puede darlo físicamente y, sobre todo, tiene la calidad. ¿Cuántos actores en España pueden hacer en teatro este personaje? ¿5? ¿10? No lo sé, no creo que más, y Pedro es uno. Se ha entregado. Ha tenido el apoyo en escena de Alicia Montesquiu, que le da respiros y contrapuntos musicales.
Cuando trabajas así sientes varias cosas: un agradecimiento enorme porque el trabajo también ha sido enorme; también una responsabilidad porque el actor da la cara, se expone, defiende tu trabajo, pero la cara la da él.
A largo de su trayectoria ha escrito y dirigido diferentes obras teatrales, ¿que ha significado esta para usted?
-Hacía mucho tiempo que no trabajaba un texto ajeno, y varios montajes que no trabajaba un texto de ficción. Me sentía raro al principio. Ligeros de equipaje y Amor oscuro con Viridiana, Sin pena y con Gloria de Corral, HIRU y Margaritas de margarita con Raúl Madinabeitia, son cinco o seis montajes escribiendo sobre personajes reales. Ya casi me había acostumbrado.
El Corral de García se estrena en el Olimpia y lo hace a lo grande, no así Jesús Arbués que conoce muy bien este teatro y a su público. ¿Qué espera en esta ocasión?
-Un estreno siempre es complicado, tenso… Mira, en secreto, no me gusta estrenar en Huesca, prefiero hacerlo lejos, trabajar un poco el espectáculo y cuando esté rodado traerlo, pero la covid lo ha trastocado todo. Me da miedo. Es mejor siempre traer las cosas rodadas, pero…
«He conocido gente con ese espíritu, nunca abandonar la casa de tu familia»
¿Le gustaría que entre el patio de butacas estuviera Julio Llamazares. ¿Qué cree que le diría tras la función?
-Bueno, Julio iba a venir a esta función y la verá. Por el tema covid estamos pensando en aplazar su presencia. La idea es que venga a un bolo representativo. El estreno en Sabiñánigo podría estar bien, o quizá en Corral de García. Intentaremos cuadrar las fechas. Con Julio todo es fácil. Es una gran persona.
En tiempos de pandemia, el mundo de la cultura es uno de los grandes damnificados. En esta situación, ¿es usted un valiente al apostar por un estreno mundial?
-No. Yo intento hacer mi trabajo. Esto solo es teatro. Si algo nos ha demostrado la pandemia es que la vida es lo primero, y la vida necesita la cultura, claro.Somos valientes por dedicarnos a esto. Pero en este momento, cuando hay gente luchando contra un virus mortal, hay que ser prudente al usar esa palabra.
Los oscenses tienen ganas de ver sobre las tablas La lluvia amarilla. ¿Qué les dice?
–Es mérito de Julio Llamazares. Muchos han leído esta novela y la tienen en un altar. Pasar una novela al teatro es difícil en sí mismo, y más aún cuando se trata de una obra tan leída. Es complicado, muy complicado, porque leer no es ver teatro, son lenguajes diferentes. Llevar de una novela tan íntima a las tablas es algo muy complejo. Esperemos no defraudar.